Hace mucho que no escribo por escribir en este blog. Creo
que a falta de inspiración. Demasiadas cosas que hacer, mucho en lo que pensar,
y poco sobre lo que escribir. Quizás por eso al estar tirada en la playa majorera,
simplemente disfrutando del sol sobre mi piel, volvió a aparecer esa necesidad
interior por poner en palabras las sensaciones, en un amago de conservar el
verano para recordarlo durante las frías noches invernales inglesas. Igual esta
entrada de momentos aleatorios hilvanados unos con otros no tiene mucho sentido
para muchos, pero lo tiene para mí, y con eso me basta.
Salgo a la terraza y me veo cara a cara con la kilométrica
explanada terrosa, casi sin final, que se incendia de rojo con el sol del
atardecer. La brisa del mar revuelve mi pelo salado y salvaje a la vuelta de la
playa y cierro los ojos para respirar el aire puro. Otro ritmo, eso es lo que
hay en esta isla. Polvo, arena, mar y tranquilidad.
Ahora estoy en la playa, caminando por la orilla mientras
las olas lamen mis pies hundiéndose en la arena. Las pequeñas caracolas hacen
la croqueta arriba y abajo, arrastradas por el agua. Me agacho para recoger
una. Un cauri. El primero este verano. Parece que la suerte me sonríe.
En el asiento trasero del coche, con los auriculares y la
música a todo volumen, me siento sola. Sola mirando el paisaje, que se extiende
en todas direcciones. Mares de lava solidificada y volcanes dormidos, cubiertos
por una cúpula celeste que no para de cambiar de color. Amarillo, naranja,
rojo, rosa. Luego viene el azul, cada vez más oscuro hasta tornarse negro. Y
entonces aparecen las primeras estrellas, los luceros, esperando a que salga la
luna.
De nuevo en la playa, porque ¿dónde estar si no? La arena
amarilla se encuentra con el mar turquesa, y las violentas olas rompen en la
orilla. Y corro. Corro y no avanzo. En estas llanuras llenas de nada y de todo,
el tiempo se para. Corro y corro y corro. Y luego avanzo, poco a poco, casi sin
darme cuenta, mientras el cansancio me va ganando.
Con los ojos cerrados, me concentro en los rayos del sol
sobre mi piel, ya más morena. Calor, sol picón, verano. Escuchando las olas y
el viento. El viento, que levanta la arena y me llena el pelo rubio por el sol
con motas blancas, negras, marrones. Conchas y piedras microscópicas de lugares
lejanos y otras no tanto, que me acompañarán a casa aun cuando hayan pasado las
semanas. Siempre viajera esa arena.
Forcejeando con el neopreno, cargando las pesadas tablas
hasta el agua, aún no ha salido el sol, pero hay que llegar temprano para
disfrutar de las olas antes de que lleguen las masas. Remar, remar, remar. Y
luego esperar. Esperamos tanto que empieza a llover. Sentada sobre la tabla,
alzo la cara hacia el cielo y extiendo los brazos. Dejo que las gotas de lluvia
mojen mi ya salada y húmeda cara. Llueve en el mar, un sueño más cumplido.
Sentada en la terraza al caer la tarde, con el sol tiñendo
el cielo de naranja. Mojito en una mano y libro en la otra. Disfrutando del
fresco y del aire costero. Se acaba el verano, es hora de guardar las memorias
y las sensaciones a buen recaudo, para ayudarme a sobrevivir un invierno más hasta
el próximo año.
It has been
long since I’ve written for the love of writing on this blog. Due to a lack of
inspiration I believe. Too many things to do, a lot to think about, little to
write. Maybe that’s why when being spread along the Maxo beach, merely enjoying
the sun on my skin, that inner need to put sensations into words crawled up
again, trying to preserve the summer for it to be remembered during the English
cold winter nights. This entry of random moments stitched together might make
no sense for many, but it does to me, and that’s enough.
I go out
onto the terrace and find myself face to face with the long earthy esplanade, almost
with no end, catching fire under the sunset sun. The sea breeze stirs my salty
and wild hair straight out of the beach and I close my eyes to breath in the
pure air. Another rhythm, that’s what there is in this island. Dust, sand, sea
and peace.
Now I am in the beach, walking by the shore
while the waves lick my feet sinking into the sand. The small seashells roll up
and down, pulled by the surf. I crouch to pick one up. A cowrie. The first one
this summer. It looks like luck is on my side.
On the back
seat of the car, with the earphones and music full blast, I feel alone. Alone
watching the landscape extend in every direction. Seas of solidified lava and
sleeping volcanoes covered by a celestial dome which changes colours non-stop.
Yellow, orange, red, pink. Then comes blue, darker and darker each second until
it turns black. And then the stars appear, the bright stars, waiting for the
Moon to come out.
Again in
the beach because, where else would I be? The yellow sand meets the turquoise
water, and the violent waves break by the shore. And I run. I run but won’t
advance. In these plains full of nothing and everything, time stops. I run and
run and run. And then I advance, little by little, nearly without noticing it,
while exhaustion takes over.
With eyes
closed, I concentrate on the rays of sun on my sun-kissed skin, now tan. Heat,
burning sun, summer. Listening to the waves and the wind. The wind that lifts
the sand and fills my sun-bleached hair with white, black and brown specs.
Microscopic seashells and stones from faraway places and some not so far, which
will accompany me home weeks after leaving. Always travelling, that sand.
Fighting
with the wetsuit, carrying the heavy boards to the water, the sun has still not
come out, but we must be early if we want to enjoy the waves before the masses
arrive. Row, row, row. And then wait. We wait for so long that it starts to
rain. Sitting on the board, I lift my face towards the sky and spread my arms.
I let the raindrops wet my already salty and moist face. It rains over the sea,
another wish come true.
Sitting on
the terrace under the setting sun, dying the sky tangerine. Drink in hand, a
book on the other. Enjoying the cool fresh air coming from the sea. Summer is
reaching its end, it’s time to safe-keep the memories and sensations of the
season, to help me survive the winter. Until next year.
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