Jun 17, 2012

The Labyrinth.

It's incredible how we're not able to remember our childhood before we were four or five years old. Those years are blank pools in my memory. From four and on, I remember only a few things... Children sleeping during preschool with old cushions on a mat with streets drawn on it,  streets through which we would run toy cars over and over... Singing with the teachers in a playground with a caterpillar drawn on the floor... One Two, Buckle my Shoe...
I do remember primary school. Those memories are stored in my mind with more or less quality, but I remember most of that time. One of my most precious memories are the games in the playground. It's a pity how, as we grow old, we aren't able to use our imagination with such freedom as we did when we were little. There was a particular game which I liked best: The Labyrinth. My friends and I would use the free hours during lunch-time to escape to a world were everything was possible. So we travelled to The Labyrinth and, believe me, we had the most fabulous and crazy adventures you can imagine. We crossed a stinky swamp, being careful not to fall into its dirty black waters... We escaped from monsters through an enchanted forest, running as fast as we could and dodging the traps of the hunters... We saw fairies among the people of the labyrinth and castle guards... We tamed dragons and fought to death with swords and arrows against soldiers and villains (and I don't want to sound vain, but we always won)... Well, we dared to tease the King of the Labyrinth.
And that happened one day after another, without getting bored a single minute. It's incredible how, as we grow old, we don't use our imagination like that, and we start to lose it. Now that I've grown up, if I run as fast as my legs can carry me, with a huge smile on my face, like I did when I was little, people call me "immature". Society makes us like that.
But I will still have those loving memories of my childhood, and I'll use my imagination to create my own world among the pages of a novel. Does anyone want to accompany me?



Es increíble cómo no recordamos nada de nuestra infancia antes de los cuatro o cinco años.  Esos años son una gran laguna vacía entre mis recuerdos. A partir de los cuatro años, recuerdo algunas cosas...Los niños de preescolar durmiendo la siesta sobre unos gastados cojines y la alfombra de juegos, con un estampado de carreteras sobre la que hacíamos rodar coches de juguete... Cantando con los cuidadores en el patio, sobre una oruga pintada en el suelo...Uno dos, papa y arroz...
Primaria fue registrada con más o menos claridad en mi mente. Lo recuerdo casi todo, pero uno de mis recuerdos más entrañables es el de los juegos en el patio. Es una pena cómo, conforme nos hacemos mayores, perdemos la imaginación que empleábamos con tanta facilidad de pequeños. Había un juego que me gustaba en especial: El Laberinto. Las horas muertas antes de comer nos servían a mí y a mis amigas para huir a un mundo donde todo podía ocurrir. Así que junto a ellas fingía estar dentro del Laberinto y, creedme, vivíamos las aventuras más alocadas y fabulosas que puedan imaginar. Cruzábamos una apestosa ciénaga, con cuidado de no caer a sus sucias y putrefactas aguas negras... Huíamos de monstruos a toda velocidad por un bosque encantado, manteniendo los ojos abiertos para no tropezar con las trampas de los cazadores... Veíamos hadas escondiéndose entre los habitantes del Laberinto y los guardas del castillo... Domábamos dragones y luchábamos a muerte con espadas y flechas contra temibles soldados y villanos (y no quiero parecer orgullosa, pero siempre ganábamos nosotras)... En esencia, nos atrevíamos a desafiar al Rey del Laberinto. 
Y así un día tras otro, sin aburrirnos un sólo minuto. Es increíble cómo, al hacernos mayores, perdemos esa capacidad de abstraernos por un rato, aplicando nuestra imaginación a lo que nos rodea, y vivir dentro de un mundo de fantasía por unas horas, sin importarnos las opiniones ajenas. Ahora, siendo mayores, si te ven correr como cuando eras pequeña, con una sonrisa en la cara, las piernas yendo tan rápido que parece que vayas a volar de un momento a otro, te tildan de "inmadura". La sociedad nos hace ser así. 
Yo por mi parte, seguiré teniendo esos dulces recuerdos de infancia, y emplearé mi imaginación para crear mi propio mundo en las páginas de una novela. ¿Alguien quiere acompañarme?